El inicio de la escolaridad

El inicio de la etapa escolar, o incluso de la preescolar, supone grandes retos para las familias. El pequeño deja su hogar, conducido por sus padres, para asistir y participar de un ambiente ajeno, tal vez extraño, ante el cual pueden surgir temores y sus diversas manifestaciones. Estos miedos comprometen a los niños y también a los propios padres, sobre todo si son primerizos.

El inicio de la escolaridad


El inicio de la etapa escolar, o incluso de la preescolar, supone grandes retos para las familias. El pequeño deja su hogar, conducido por sus padres, para asistir y participar de un ambiente ajeno, tal vez extraño, ante el cual pueden surgir temores y sus diversas manifestaciones. Estos miedos comprometen a los niños y también a los propios padres, sobre todo si son primerizos.

Escrito por: Departamento Psicopedagógico | 04-03-2024

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El inicio de la etapa escolar, o incluso de la preescolar, supone grandes retos para las familias. El pequeño deja su hogar, conducido por sus padres, para asistir y participar de un ambiente ajeno, tal vez extraño, ante el cual pueden surgir temores y sus diversas manifestaciones. Estos miedos comprometen a los niños y también a los propios padres, sobre todo si son primerizos.

Las reacciones emocionales de los padres son determinantes de la manera como los niños se comportan. Conviene comenzar por evaluar y tomar conciencia de estos temores iniciales, de modo que no interfieran en el proceso adaptativo de su hijo. Esta adaptación está compuesta de dos factores: la asimilación del nuevo modelo en vía de su internalización y la acomodación del comportamiento a las nuevas condiciones.

De acuerdo con la teoría de las tareas del desarrollo de Havighurst[i], cada etapa está influenciada por la biología de la persona (maduración fisiológica y composición genética), su psicología (valores y metas personales), así como su sociología (cultura específica a la que pertenece). Las tareas de desarrollo implican la capacidad física y cognitiva que debe alcanzar una persona en un determinado período de su edad para continuar su desarrollo en otro período posterior.

Es muy comprensible el desasosiego que el llanto de un hijo les produce a sus padres. Es una reacción atávica, inscrita en nuestro cerebro, que responde a necesidades evolutivas; desde el reclamo del lactante, el dolor físico, la pena emocional, etc. Su función es señalar que hay algo que atender. Algunos padres incluso sienten culpa si ven a sus hijos llorar y nos los alivian, pudiendo hacerlo. Sin embargo, permanecer atados a la reacción instintiva del alivio inmediato al sufrimiento puede ser contraproducente. La actitud que favorece un crecimiento saludable hacia la autonomía consiste en evitar la sobre protección.

Es evidente que el criterio para decidir cuándo sí y cuándo no satisfacer una demanda depende de la propia madurez de los padres; es decir de su capacidad para tolerar frustraciones, para discriminar lo importante de lo accesorio y para no ceder a los propios impulsos inmediatos ni a los de sus hijos, y menos a sus maniobras para conseguir sus objetivos. El niño que consigue lo que quiere por medio de berrinches y pataletas difícilmente abandonará un recurso tan efectivo para sus fines, hasta que aprenda que así no funcionan las cosas. El afrontar este proceso "poco a poco" no significa postergar, menos aun evadir, la situación conflictiva; sino enfrentarla paulatinamente, con convicción y con un objetivo claro: promover los recursos de adaptación y el ejercicio de la autonomía.

Cuando el niño se aparta de su hogar y se incorpora a un nuevo ambiente, es inevitable que surja un contraste entre aquello a lo que está habituado y aquello que pueda ser nuevo para él. Mientras mayor sea este contraste, mayor será la dificultad en la adaptación al entorno. Si las características del ambiente hogareño difieren mucho de las características de la escuela, obviamente que el proceso será perturbador. Por esto, es muy importante que estas diferencias ambientales no se tornen en desacuerdos ni estos en desavenencias.

Es imposible replicar en la escuela la multiplicidad de estilos familiares. En algunos casos, los niños llegan al aula acostumbrados a ciertas normas o a la ausencia de ellas, que pueden colisionar con aquellas que rigen el nuevo entorno. En tal sentido, la decisión que los padres tomaron en la elección de la escuela para su hijo requiere estar completada por la confianza, principio activo de la colaboración. Una buena relación inicial entre los padres y la institución es base sólida para una escolaridad exitosa.

El niño, con el ingreso a la escolaridad, comienza a conocer la diversidad. Es el encuentro con otros niños, ajenos al entorno familiar, con quienes establecerá nuevas relaciones. Descubrirán juntos la afinidad y la simpatía, así como las diferencias y antipatías; sobre todo, aprenderán a relacionarse con otros de su edad, a compartir, a respetar espacios ajenos y propios, a saber tranzar, a dejar de lado sus preferencias; en pocas palabras, a desarrollar sus habilidades sociales.

Juntamente con lo anterior, es necesario acotar que el inicio de la escolaridad supone, como ya está mencionado, tareas de desarrollo preliminares; es decir, algunos logros básicos previos que permitan seguir con el proceso de maduración. En casa, es necesario darles importancia a las actividades de la vida cotidiana que permitan que el niño adquiera hábitos de higiene, orden, sueño, alimentación, vestimenta apropiada y todo aquello que depende de la dinámica familiar y que escapa al ámbito escolar.

Una reflexión final acerca del inicio escolar: “Confía en la capacidad de los educadores (...) que es una relación que se irá tejiendo de manera mutua con el tiempo. Pero sobre todo, confía en tu hijo, en sus posibilidades, en su capacidad y en que elaborará sus estrategias y herramientas para desenvolverse en esta nueva situación.”[ii]

 

Lecturas complementarias:

 

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